Si algo tienen de bueno y de malo las recientemente pasadas vacaciones de navidad, es que solemos visitar más a la familia y sobre todo a nuestros padres. De bueno porque pasamos más tiempo juntos, de malo porque os puede pasar lo que a mí y es que vuestros queridos ancestros tengan puesta en la televisión la película de Antena 3 el domingo por la tarde.
En casa apenas solemos ver la tele pública, en parte por falta de tiempo en parte porque nos centramos en el contenido a la carta y vamos directamente a lo que nos gusta, pero estando en casa de mis padres tuve que ver lo que ellos veían: craso error. No recuerdo el nombre del engendro que me tragué aquella tarde y aunque sabía de sobra que vería un producto de serie b orientado claramente al mercado doméstico, no estaba preparado para aquello.
He de decir que siempre he tenido un cierto gusto y atracción hacia el cine serie b clásico, aquel que se inició tras el crack del 29 y que obligó a muchos estudios a recortar presupuestos y tirar de ingenio e imaginación para sus producciones. Desde aquellos inicios el cine calificado como b, y que se sabía a ciencia cierta que iba destinado a un público reducido, escondía entres sus fotogramas y guiones una buena dosis de crítica social que se aprovechaba de su cuasi clandestinidad para saltarse en muchas ocasiones la censura. Entre su extenso catálogo podemos encontrar producciones que, a pesar de su corto presupuesto y su target comercial limitado, se han convertido en películas de culto. Baste recordar, por ejemplo Black Sabbat, Barbarella, The Rocky horror picture show o la magistral obra de Raimi, Evil dead, entre muchas otras. Por desgracia, ese tiempo quedó muy atrás.
A nivel personal (y respetando a quien piense lo contrario) creo que el cine serie b perdió su esencia cuando la informática se adueñó de los estudios debido al abaratamiento del precio de los equipos. Donde antes se usaba de imaginación y trucos de cámara, ahora se tira de CGI de dudosa calidad que llena minutos y minutos del metraje de la mayoría de las películas de serie b actuales. Ese era, sin duda, el caso de lo que vi en casa de mis padres. A raíz de tan atroz rato sentado en el sofá, decidí investigar un poco para darme cuenta de que la mayoría de estas producciones siguen un patrón similar que pasaré a contar a continuación:
- Procedencia: La enorme mayoría de estas películas son telefilmes rodados en países europeos y que ni siquiera en sus países de origen consiguen tener cierta repercusión. Alemania, Bélgica e incluso Rusia suelen ser los principales productores de estos productos, aunque tampoco se libran de él en Reino Unido o U.S.A.
- Al “prota” se le ve el cartón: Normalmente esto sucede tanto literalmente como cinematográficamente. Literalmente en el sentido de que muchos de estos telefilmes intentan rescatar a alguna antigua estrella ochentera de sus países para usar como reclamo, por lo que no es raro encontrarse con (respetables) sexagenarios, de una más que incipiente alopecia, intentando hacer papeles de personajes quince o veinte años más jóvenes que ellos. Ya os adelanto que no suele quedar bien. En el sentido cinematográfico es incluso peor, a veces no les llega el presupuesto para contratar a un actor medianamente contrastado, por lo que colocan en pantalla al primero que quede bien ante la cámara, dejando el nivel actoral por los suelos.
- CGI pretencioso: Como ya adelantaba (y parafraseando a la canción de The Buggles), el CGI mató a la estrella de la tele. Muchas de estas películas dedican más tiempo a la pantalla del ordenador que a las cámaras y palian la falta de ideas o talento metiendo con calzador CGI a raudales con ínfulas de grandiosidad. Mientras más exagerado sea lo que muestran en pantalla, menos metraje con actores de carne y hueso. Esto nos lleva al penúltimo y principal punto:
- Mezcla conceptos, pero que sean grandilocuentes: Y es que si algo he visto que se repite hasta la saciedad en este tipo de filmografía es que los guionistas pugnan por ver quien cuenta la barrabasada más grande. No importa cuál sea la descomunal catástrofe natural que amenace a la tierra (sí, siempre suele haber un cataclismo en estas pelis), hay que mezclarlo con otra cosa para que parezca aún más imponente. ¿Qué hay terremoto que se sale de la escala? Bien, pero además va a provocar que el núcleo de la tierra empiece a enfriarse y el protagonista (un policía retirado) tenga que arreglarlo con sus manitas desnudas. ¿Qué se avecina la tormenta más grande de la historia de las tormentas? Perfecto, pero además los rayos que caigan estarán ultra potenciados por un malvado experimento científico, haciendo que la gente se desintegre cuando les caigan cerca (menos el prota claro, que hará un gran esfuerzo para que el rayo no le afecte). ¿Qué un maquiavélico científico ha creado una raza de súper ratas inteligentes para conquistar el mundo? Genial, pero además las ratas dan descargas eléctricas cada vez que muerden (sí, a la mayoría de estos guionistas les encanta meter rayos y electricidad por todas partes). Y así con tantas variantes como queramos imaginar. Mientras más rocambolesco, grandilocuente y más gente mate mejor, como si los mata a todos… a todos claro, menos al prota, porque:
- El prota jamás muere: Eso es así. Lo es por guion y lo es por contrato. El protagonista nunca puede morir en estas películas. Da igual lo nefasta y difícil que sea la situación, nuestro querido actor principal saldrá ileso de ella, o como mucho con un par de cicatrices molonas. Imaginad que la madre de todos los tsunamis acaba de arrasar, literalmente, medio mundo y que nuestro protagonista estaba en una barca intentado poner en mitad del mar el único dispositivo que podía parar tan tamaña tragedia. La ola le pasa por encima y la barca explota (sí, aquí, como en los Simpson todo explota). El tsunami cesa, la gente llora por el héroe caído que ha salvado al mundo aun a costa de su vida y entonces el pequeño Tim (ese niño repelente que se ha salvado durante toda la película) dice: eh, mirad allí. Y sí amigos, al fondo de la playa veremos al prota (en riguroso CGI) haciendo surfing sobre los restos de la barca que antes había explotado. Es la magia del cine, es el disfrute culpable de la cutrería televisiva. Así somos, no tenemos remedio.