Prisioneros de Ghostland

Prisioneros de Ghostland es una película dirigida por Sion Sono. Éste poeta y director de cine japonés tiene una filmografía muy interesante, en la que se pone de manifiesto que no le da miedo tocar ciertos temas sensibles y revolvernos el estómago.  A lo mejor por eso, ésta película nos choca cuando la vemos, porque parece que la director le han cortado las alas y lo han encajado mal que bien en las reglas de oro de la industria cinematográfica estadounidense. Cuando descubrimos que es co producción japonesa estadounidense se nos responden todas las dudas respecto a esto.

Estamos ante una producción muy loca, con un argumento muy típico, una estética perturbadora, una carga visual de videoclip y unos actores metidos en papeles muy estereotipados que no sorprenden, empezando por el icónico Nicolas Cage, que tendrá masas de seguidores, pero que a mí aún sigue sin convencerme (no le perdono lo que hizo con el personaje de Nathan Gardner en El Color que cayó del cielo).

Argumento sin sorpresas

En esta ocasión, Cage, se mete en la piel de un roba bancos condenado al que se le promete la libertad a cambio de liberar a Bernice, la nieta del Gobernador, una figura egocéntrica, sádica y tirana que encarna al villano por excelencia. Un traje con explosivos en lugares concretos le dificultará mucho al misión. Si siente la necesidad de usar la violencia estallarán los explosivos de los brazos, si siente impulsos carnales poco puros sus huevos saldrán por los aires y si no logra su cometido en tres días (prorrogables a cinco si encuentra a la chica) las bombas del cuello pondrán fin a todo. Bernice acabó en Ghostland huyendo de su vida anterior, una tierra arrasada por un accidente nuclear. Se dice que el que entra, ya no sale y acaba convertido en fantasma.

La representación del trauma Japonés sobre el tema nuclear y sus efectos devastadores lo veo representado, pero de forma muy superficial. Después de todo, no es lo más importante en la historia.

Vaqueros y samurais en un paisaje post apocalíptico

La trama se apoya en una ambientación post apocalíptica que mezcla los géneros de western y samuráis, con mayor o menor acierto, y apoyándose en un fuerte componente onírico. Por un segundo pensé que tiraría también del cine de zombis, pero se quedó en una mera alusión bastante incongruente, pero de gran fuerza visual, como la mayoría de las escenas que se van sucediendo, a veces de forma, al menos aparentemente, inconexa y gratuitamente, ante nuestros ojos.

Somos testigos del final de una era llena de esclavos del tiempo y el dinero y que tiene como punto de inflexión la huída de Berenice, que cae en la conformidad con el fin de esconderse de su ineludible destino, hasta que llega el héroe (el revulsivo) y se desata la destrucción de viejos cimientos para que puedan construirse nuevos, aunque no sabemos si mejores o peores. Nada nuevo bajo el sol, pero vestido con una estética impactante. Me revienta un poco la justificación del héroe que, según la moral americana, no puede tener grandes pecados, o será castigado. Y la evolución de algunos personajes de víctimas a guerreros implacables.

Incoherencias e imposiciones morales

Tiene unos giros que no vienen a cuento, pero que, en mi opinión, le dan gracia al argumento y dejan al espectador con cara de “What”. Me encanta cómo juega con los espectadores rompiendo esquemas. Y no entiendo el momento “hacer falta explicarlo todo” del que adolece en uno de los puntos de la película. Tantas sugerencias veladas y de repente te repito claramente cierta información por si no te había enterado. Para más INRI, la que llevas sospechando toda la película. Todo lo demás lo dejan a interpretación del público.

Toda la trama es una excusa para sumergirnos en una sucesión de sin sentidos visuales y sonoros que giran alrededor del viaje del héroe (con descenso a los infiernos y resurgimiento renovado con pecados expiados incluidos) y de la heroína (en este caso para encontrarse a sí misma y tomar el control de su vida).

En definitiva, el producto final es una película entretenida que se deja ver y saca alguna sonrisa. Ideal para ver con amigos con el fin de destriparla después tomando unas cervezas (o lo que a cada uno le guste).

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