Otro artículo más sobre jugar a rol con críos

Como padre, y cuando se trata de mis hijos, procuro siempre darme un segundo para pensar antes de actuar. En ese instante trato de meterme en su piel y recordar cómo me sentía yo, hace ya demasiados años, en situaciones parecidas a las que ellos viven. Creo, espero que no erróneamente, que eso me ayuda a actuar de la forma más correcta posible cuando me piden quedarse jugando un rato más en el parque, o cuando me dicen que no quieren comer más brócoli, o cuando exceden el tiempo pactado para jugar a la videoconsola.
Y es curioso porque, a pesar de todos los años que han pasado, tengo vívidos recuerdos de mi infancia y suelen servirme para resolver estas situaciones de manera consensuada. Al menos, escuchándolos y entendiendo sus razones y motivos (otra cosa es que acaben saliéndose con la suya).

Pero no pretendo dar aquí ninguna charla sobre educación. Sobre todo porque no soy nadie para hacerlo. Aquí vengo a hablar de rol y, ya que he empezado hablando de los recuerdos de la infancia, quería compartir con vosotros el de mi primera partida, hace ya más de treinta años, en casa de mi amigo Edu (y por supuesto, a Dungeons and Dragons). 
Edu llevaba ya unos meses jugando con otros chicos del colegio y era la primera vez que me invitaban. Yo no tenía ni idea de qué iba todo aquello. Para no aburriros con batallitas y para centrarnos en lo que yo quería centrarme, os diré que en alguna ocasión Edu y yo hemos recordado con sorpresa cómo en aquella primera partida mi personaje acabó comprándose un carromato con compartimentos secretos y una trampilla para sacar una ballesta oculta. Tal cual. Sin saber muy bien de qué iba lo del rol, y con la ficha de mi personaje (un ladrón kender) recién creada, mi principal interés fue “tunearme” un carro.

Hoy, con mucho rol a mis espaldas, aquello podría resultarme cuanto menos “naive”. Pero lo cierto es que Edu me ha confesado en alguna ocasión que aquella decisión le sorprendió, porque era algo que no se les había ocurrido hacer hasta ese momento. Y de eso es lo que quiero hablaros en este artículo sobre jugar a rol con niños. Que esperéis lo inesperado y les dejéis hacer.

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Jugar a rol con niños no es como hacerlo con adultos. La gran mayoría de los “mayores” sabrá de qué va eso del rol aunque sea de oídas. Hoy en día podemos encontrar juegos de rol en cualquier librería e incluso en grandes superficies comerciales, y son una referencia habitual en series de televisión y medios. Así que por mucho que te toque dirigir a alguien que no haya jugado nunca, no es como aquella primera vez hace décadas en la que sin saber de qué iba aquello me inventé una carreta.
Por eso la diferencia fundamental, para mí, entre jugar con un niño y con un adulto es su “conocimiento de la realidad” o su “marco de referencia” y tiene más que ver con la experiencia de cada uno en “lo general” (el mundo real como tal, nuestra realidad, todo lo que nos rodea) que con la experiencia en lo concreto (los propios juegos de rol).
Un ejemplo rápido de esto es que a un adulto puedes decirle “el guerrero lleva una armadura parecida la de los romanos” y con mayor o menor acierto va a ser capaz de formarse una imagen mental (abstenerse historiadores de contarnos las diferencias entre una loriga squamata y una segmentata, graciaaas). Pero prueba a decirle a tu hija de cinco años que “en el árbol alguien ha clavado un pergamino con una daga”. Ya no te digo si le narras cómo su personaje se introduce sigilosamente en una ciénaga brumosa, donde las aguas burbujean y la penumbra les rodea como un manto… Lo más seguro es que, por mucho que te preste atención, no sea capaz de imaginar lo que le estás describiendo.
“Pues vaya descubrimiento”, estaréis pensando algunos. Ya, ya. Pero es que este desconocimiento del marco de referencia actúa en una doble dirección. Del mismo modo que desconocen qué son o en qué consisten muchas cosas de nuestro mundo real, desconocen también cómo funcionan (y si lo hacen). Y es ahí donde vienen a sorprenderte con ideas que probablemente nunca se te habrían ocurrido. “Papá, mi pegaso puede agitar las alas tan fuerte que acaba creando un huracán que se lleva a los malos…”. Venga, Gary Gygax, baja de los cielos y resuélveme esto con el reglamento en el mano.

 


Hecha esta larga introducción, vamos allá con los que para mí son los tres elementos diferenciadores cuando jugamos a rol con niños, y para los que hay que estar preparado.

1- Las reglas están para cumplirse… y para romperse.

Los jugadores más veteranos están acostumbrados a lidiar con reglamentos complejos. Muchos de ellos comprenden un conjunto de reglas que podría rivalizar con un sistema jurídico básico o con el manual de instrucciones de un reactor nucelar.
En mi opinión es positivo, muy positivo, que los niños entiendan que hay unas reglas. PERO estas van a tener que ser sencillas y coherentes. Es muy posible que a ti te parezca normal que para cambiar de arma haya que consumir una media acción y reducir tu valor de iniciativa en un porcentaje igual a tu puntuación de Destreza dividido por 10… pero a un niño eso le va a resultar tedioso, en el caso de que consiga entenderlo.
El reglamento debe reducirse a cuestiones básicas como qué se puede hacer (“¿Puedo saltar la valla?”; “¿Puedo lanzarle un rayo a la bruja?”; “¿Puedo correr más rápido que él?”) y cómo hacerlo (“Sí, claro, utiliza tu habilidad de Saltar. Lanza los dados que indica al lado de la habilidad y sumándolos saca más de 6”; “No, no puedes lanzar un rayo porque para eso necesitarías ser un mago y has elegido ser un poderoso guerrero. ¿Se te ocurre otra cosa que puedas lanzarle?”; “Sí, pero los dos tiraremos los dados de la habilidad de Correr, los sumaremos, y ganará el que obtenga el resultado mayor”.).
Que la altura máxima a saltar sea de dos metros y la valla mida tres, que el rayo tenga un alcance máximo de 20 pies o que Correr gaste un punto de fatiga son cosas que no van a aportar mucho a la partida. Decir que la valla es demasiado alta y que él tampoco sería capaz de saltar la valla de colegio, que la bruja está muy lejos y es casi imposible darle o que claro que puede correr, pero acabará cansado, va a ser más que suficiente. Van a entenderlo perfectamente.

Algo muy habitual cuando jugamos con niños, y aquí vamos con lo de romper las reglas, es que no acepten el fallo. Suelen revolverse y su reacción habitual va desde pedir volver a tirar (“papá, déjame tirar otra vez, por favor”), a rendirse (“pues ya no juego porque siempre pierdo”), pasando por el muy recomendable proponer cualquier idea loca (“¿y no podemos hacer que el rayo le da a un árbol que hay al lado de la bruja, y lo rompe, y se le cae en la cabeza?”). Yo, ya me disculparéis, pero soy absolutamente partidario de premiar su imaginación. Así que no, no puedes repetir el dado (salvo que haya alguna mecánica para hacerlo como puntos de suerte o similares), pero… “¡Vale! Veamos si el rayo le da al árbol o se pierde en la oscuridad el pantano… Mira, tira un dado de 6 y si sacas 5 o 6 le das al árbol y se cae encima de la bruja.”
“Pues vaya máster madre”, estará pensando alguno. “Así no aprenden a perder”. Pues mira, no. A los niños (como a los adultos) no les gusta perder, y aunque es bueno enseñarles que es una posibilidad y que tienen que aceptarla, también es bueno que disfruten de un juego que consiste en contar historias y permite que la imaginación se desarrolle. Los beneficios de dejarles crear, imaginar, inventar… son sin duda mayores que los de enseñarles a aceptar la derrota en este caso. Sobre todo porque hay pocos juegos como el rol que te permitan premiar la imaginación por encima de la habilidad (bueno, del azar en este caso). Para enseñarles a aceptar la derrota tengo cientos de juegos de mesa maravillosos, empezando por La Oca. Yo, por mi parte, prefiero recompensar su capacidad de superar obstáculos.

 

2- Su mundo es todavía pequeño

Algo a lo que nos cuesta acostumbrarnos es cómo conceptos que para nosotros son naturales, para ellos representan (lógicamente) algo todavía desconocido. Objetos que todo rolero tiene en su imaginario (un hacha de doble hoja, un arco compuesto, una cota de mallas), cuestiones relacionadas con otras culturas (“suena una música oriental”, “está escrito en runas vikingas), paisajes y accidentes geográficos (la cresta de una montaña, una costa pedregosa, un bosque frondoso, un mar agitado)…
A veces, por desgracia, los niños no te preguntarán a qué te refieres. Están absortos en tu explicación y quizá no les importa conocer qué significan las palabras que acabas de decir. Otras veces sí, te harán darte cuenta de que te has pasado de frenada (“papá, ¿qué es un trirreme?”).
Mi consejo aquí es que no dejes de describir como lo harías normalmente, ayudándoles de este modo a que su mundo crezca y aprendan nuevo vocabulario (tienen una capacidad de aprendizaje envidiable). Eso sí, tendrás que detenerte a explicar detalladamente todos estos conceptos novedosos. Si les cuentas cómo que se internan en un bosque frondoso, tendrás que explicar a continuación qué significa “frondoso”. Si les hablas de runas vikingas, no dudes en dibujarles algunas. Es posible que estas explicaciones lleven a nuevas preguntas, a nuevas respuestas, y desvíen durante unos minutos la atención sobre la partida. ¿Cuál es el problema? ¡Nunca aprender fue tan divertido como en una partida de rol! Ya regresaremos luego a ese bosque frondoso, una vez que hayan entendido cómo es ese lugar.
Aun así, y como tantas otras veces, la virtud está en el término medio. No quieras narrarles como si fueras Stephen King, pero tampoco te quedes en los cuentos de la ovejita Bebi. Describe con naturalidad e incorpora conceptos e ideas habituales. Explícalos cuando te pregunten o cuando entiendas que se trata de palabras o expresiones que no tienen por qué conocer. Diviértete al hacerlo. Aprovecha para enseñarles y utilizar el rol para que su mundo crezca.

 

3- Expect the unexpected

Llevaré una docena larga de partidas de rol con mis hijos. Procuro no insistirles y que sean ellos las que las pidan, aunque alguna vez soy yo el que las propone, sobre todo en las raras ocasiones en las que en Zaragoza toca una de esas tardes lluviosas…
El caso es que en todo ese tiempo mis hijos han mostrado una resistencia digna de admiración a resolver los conflictos mediante el combate. Recuerdo en una de las primeras partidas que, al encontrarse con un dragón que les perseguía, le regañaron por querer comérselos y se empeñaron en hacerse amigos de él. Ayer mismo, frente a una bruja que había raptado a un pequeño poni, prefirieron hipnotizarla y obligarla a soltar a su desdichado rehén.
Es sólo un ejemplo entre miles. Los niños son capaces de no querer entrar en el castillo porque les da miedo, de no seguir una pista clara o decidir que en realidad es una trampa que les han puesto para engañarlos (“¡han dejado estas huellas porque querían que creyéramos que se han ido por allí!!), ¡incluso de inventarse sus propias tramas! Ayer mi hija interrumpió la narración para decir que en la cocina de la casa había un jarrón derribado junto a la ventana, y que ella se daba cuenta porque el suelo estaba mojado, y que gracias a eso descubría que la ventana estaba abierta y que alguien había entrado por allí… Y dejando a un lado que mi hija me ha salido rolera indie (ya tendré tiempo de enseñarle el camino del rol verdadero), lo cierto es que me pareció una idea genial, y además me lo describió con mucha pasión y convencimiento. Así que por supuesto permití que fuera así como descubrieran que había huellas fuera de la casa (¿huellas de barro? ¿estando todo seco? ¡tienen que haber venido del pantano!).
El caso, que te prepares para cualquier cosa. Como en aquella primera partida de rol en la que decidí que lo que quería era construirme un carro. Probablemente, si Edu me hubiera dicho que no, que aquello en el reglamento no salía, lo del rol no me habría parecido tan interesante. Pero, afortunadamente, se sumó con entusiasmo a la idea y enseguida nos pusimos juntos a dibujar sobre un pedazo de papel cuadriculado los planos de nuestro carromato.


FIN


“¿Fin? ¿Ya está? ¿No vas a decirnos a qué juegos jugar con los niños?”. Pues no, ya lo siento. No estaría siendo justo si os recomendara alguno de los muchos juegos de rol que existen pensando en los pequeños. Para eso tenéis otros artículos recomendando Magissa, 8 Tesoros, Aventuras en Equestria, Pequeños Detectives de Monstruos o incluso Dungeons & Dragons. Mis primeras partidas con los críos no utilizaban ningún sistema, sólo dados que les hacía tirar cada vez que querían hacer algo especial con sus personajes. Luego fuimos haciendo alguna ficha muy sencilla, inventando igualmente las habilidades y características. Ahora sí que estamos usando un reglamento que a nosotros nos funciona, pero no es mi objetivo hoy recomendaros un juego en concreto. Esto va de cómo jugar con ellos, algo que muchas veces el propio reglamento no explica… y sobre todo de animaros a que juguéis con los niños. Puede que la sesión no salga como esperabais. Puede que después de un rato comprobéis que no estáis todavía preparados para jugar a rol juntos. Pero al menos intentadlo, y al hacerlo no olvidéis que también vosotros fuisteis un día niños.

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4 comentarios sobre «Otro artículo más sobre jugar a rol con críos»

  1. Buenas.
    Antes que nada agradecerte tu entrada y comentarte que compartimos afición, y que esta llegó de nuevo a casa porque monté un grupo de rol para jugar con mis hijos (8-12 años). La experiencia es genial y están superenganchados.
    Me ha encantado la parte de romper las reglas. Hace unas semanas un de los jugadores (mago) fue atacado por una patrulla de exploración orca, iban a lomos de huargos. Aunque era nivel 1, se plantó en medio del descampado y gritó parad (con todas sus fuerzas). En vez de permitirle una tirada, le expliqué que su mago era nivel 1 y ese tipo de magia para él era imposible de convocar.
    Aún me arrepiento porque me aferré a las reglas (esto se puede, esto no se puede) quizás hubiese sido un momento épico, si hubiese permitido que aquél grito hubiese detenido la carrera de los huargos y unir esa magia a un conjuro ancestral que dormiba en su subconsciente…
    Total que importante es romper las reglas….
    Ya tienes un seguido más
    Un saludo, Jesús

    1. ¡Muchísimas gracias por tu comentario!
      La verdad es que leyéndote no creo en absoluto que te equivocaras con tu decisión. Quiero decir… Cualquier opción es correcta, y creo que es muy importante que entiendan que no todo vale. Con ocho y doce años (los míos tienen cinco y ocho) me parece bueno que empiecen a entender que hay unas reglas de juego.
      En mi caso, a la pequeña es mucho más difícil limitarla y por eso rompo las reglas más a menudo.
      Pero, sinceramente, estoy convencido leyéndote de que tus hijos dsfrutan muchísimo jugando contigo, y eso es al final lo importante.

  2. Totalmente de acuerdo con todo lo que escribes. Cuando juegas (tratas en general) con niños hay que abrir la mente a todo tipo de situaciones… Y keep calm jajaja
    A mi los peques me flipan y alucinan con sus increíbles salidas 🙂

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