POLIFRIKISMO by @jsSanvi

Empezar diciendo que no soy muy partidario del término “friki” o que no me considero friki a mí mismo sería una forma algo extraña de empezar un artículo en el que pretendo hablar del polifrikismo en un blog llamado Ociofrik, ¿no? Bueno, pues ya lo he hecho. Otro día, si queréis (no queráis), os explico el por qué.

El caso es que hace tan solo unos días, en ese ágora moderna que son las redes sociales, asistí a una conversación en la que varios usuarios se lamentaban de que, sólo por ser jugadores de rol, tuvieran que gustarles los juegos de cartas coleccionables (en este caso, Magic). “Son aficiones que no tienen nada que ver”, defendían algunos, no sin razón. “Es como si por gustarme jugar a rol me tuvieran que gustar los juegos de mesa… y no me gustan”, afirmaba otro.
Y a pesar de lo correcto de sus argumentos a mí aquello no pudo sino sorprenderme. Porque a mí… A mí me gusta todo.

Mi afición por los juegos de rol comenzó hace muchos años. Los descubrí de la mano de mi grupo de amigos y, aunque creo que al principio jugué de manera intermitente, no pasó mucho antes de que acabara entre dados y manuales de Joc Internacional. Las tardes de los sábados se convirtieron en reuniones con amigos en las que pasábamos de la Tierra Media a Insmouth, Endor, Night City, o Melniboné.

En aquella época yo ya había tenido contacto con los comics. Entre los primeros estaban un “Nuevos Mutantes” de número aleatorio (el que encontré en el quiosco), un “Capitán América” contra Batroc y Machete, y un “Spiderman” con el traje negro recién adquirido en las Secret Wars. Luego vendrían los mutantes (Patrulla-X, Factor-X, cualquier cosa con una X en la portada) y se apoderarían de mi mundo durante muchos años.
Por otro lado, Star Wars ya era desde hacía mucho mi película favorita. Un primo mío, mayor que yo, me había llevado a ver El Retorno del Jedi al cine y yo había vuelto flipado con los ewoks, con las naves, y con Luke Skywalker. Algunos de mis primeros juguetes fueron muñecos de Kenner de esos que ahora son piezas de colección y que mis padres acabaron regalando o tirando cuando crecí.

A principios de los noventa (creo que oficialmente fue en el 93, pero no sabría decir cuándo compré mi primer mazo) llegaron las cartas de Magic. En aquel entonces lo habitual era que las vendieran en las mismas tiendas en las que vendían juegos de rol (que, en mi caso, era además las misma donde vendían comics). En mi grupo fuimos varios los que empezamos a jugar, y durante varios años estuve comprando sobres y cambiando cartas de ese y de otros juegos (Doomtrooper, ESdlA y Spellfire pasaron por mis manos). Todavía conservo mi vieja colección, que incluye varias tierras dobles. Y hoy sigo jugando a cartas, aunque haya cambiado los Serra Angels y los Counterspells por Pikachus y Solgaleos. Pero es lo que tiene haber cambiado a mis antiguos rivales por mis hijos.

Los juegos de mesa no eran ni tan populares, ni tan variados durante la edad de oro de mi polifrikismo (o al menos a mí no me lo parecían). La mayoría eran juegos con hexágonos y muchas fichitas que se hacían complicados incluso para quienes navegábamos con cierta soltura entre las tablas de Rolemaster. La llegada de los Catán y Carcassonne tampoco me atrajo especialmente. Pero confieso que a día de hoy tengo una pequeña colección que incluye algunos de los denominados fillers, además de unos cuantos “kickstarters” de esos que entran por los ojos y que van en una caja enorme llena de fichicas de plástico.

A lo que sí le he dado mucho ha sido a juegos de miniaturas. Aunque quizá fue mi faceta más tardía (comparada con otras como los juegos de rol o de cartas), debido sobre todo al coste de tener un “ejército”, que lo hacía inviable en mi adolescencia, desde que empecé a jugar a Warhammer 40.000 no he parado de montar y pintar miniaturas. Atrás quedan los años en los que solía acudir a torneos por toda España con mis Lobos Espaciales, sin embargo, sigo jugando habitualmente en el club al que pertenezco: Atalaya Vigía. Y en esto de las miniaturas le he dado a todo: Warmachine, Malifaux, Flames of War, Bolt Action, napoleónicos…
Y es que cuando mi grupo de rol empezó a tener más dificultades para reunirse, los juegos de miniaturas fueron un refugio en el que seguir tirando dados e imaginar historias.

Podría extenderme mucho más, pero sólo serviría para aburriros (si no lo he hecho ya) con mi biografía. Leo ciencia ficción y fantasía, voy al cine a ver cada estreno de Star Wars o del Universo Marvel, sigo comprándome comics, le doy a algún videojuego…

Prácticamente no hay una sola faceta de lo que se considera “frikismo” a la que no le haya dado un tiento y a día de hoy practico la mayoría de ellas. Y confieso que de una forma natural he asumido que todas ellas están relacionadas, a pesar de que entiendo perfectamente que no todas tienen por qué gustar a todos. Por eso me sorprendió aquella conversación de la que os hablaba al principio hasta el punto de llevarme a escribir este breve artículo autobiográfico y de necesitar lanzaros la pregunta. ¿Vosotros también le dais a todo? ¿O sólo a algunas cosas? ¿Creéis que las aficiones frikis están relacionadas de alguna manera? ¿Qué unas llaman a otras? ¿O por el contrario pensáis que están completamente separadas? Contadme. Os leo…

Sanvi

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